lunes, 4 de julio de 2011

El laicismo como disculpa

Está muy atribulado el antiguamente joven nazi Joseph Ratzinger y actual papa de la Iglesia romana con el apodo de Benedicto XVI. Así lo declaró en la audiencia general concedida a sus secuaces. Le causa honda pena que en Pakistán no se conceda plena libertad a los cristianos, y la ha reclamado exigentemente. Es cierto que repugna a la conciencia de cualquier persona civilizada saber que se ha condenado a muerte a Asia Bibi por ser cristiana, en ese país de religión musulmana, con solamente un tres por ciento de cristianos de varias confesiones. Pero no es menos cierto que el obispo de Roma no puede pedir libertades, cuando la secta que dirige con poderes dictatoriales ha negado a lo largo de su historia todas las libertades, condenando a muerte a quienes disentían de sus dogmas.   Ratzinger debiera sentir vergüenza por regir a la secta más criminal de la historia de la humanidad, y no atreverse a reclamar a ningún Estado lo que sistemáticamente negaron sus predecesores. Es lógico que los musulmanes detesten a los cristianos, organizadores de las cruzadas para exterminarlos. Sin duda es una barbaridad matar a una muchacha por ser cristiana, pero los musulmanes se limitan a imitar lo que les hizo la Iglesia romana a ellos por seguir otra creencia religiosa.


  


La doctrina secular de la Iglesia catolicorromana defiende el poder absoluto del obispo de Roma, considerado el vicario de Cristo en la Tierra. Opina que su religión es la única verdadera, y en consecuencia predica la abolición de todas las demás. Ni siquiera tolera la discrepancia de los cristianos que no aceptan sus dogmas, al encontrarlos en desacuerdo con la predicación de Cristo. La historia de la Iglesia romana es una sucesión de crímenes cometidos con la intención de matar al cuerpo para salvar el alma, tomando a Dios como disculpa de sus aberraciones.

    Ratzinger leyó su declaración, porque los curiales no le permiten improvisar los discursos, dadas las habituales meteduras de pata que ha sufrido. Fue indignante escucharle decir: “Rezo por cuantos se encuentran en situaciones análogas, para que también su dignidad humana y sus derechos fundamentales sean plenamente respetados.” Los sicarios de la Iglesia romana se han dedicado a negar los derechos fundamentales de los seres humanos, matando por los métodos más crueles a quienes juzgaban herejes o cismáticos, a menudo después de torturarlos salvajemente. Y cuando Ratzinger pertenecía a las Juventudes Hitlerianas seguro que tampoco sentía respeto por los derechos fundamentales de sus adversarios. Los catolicorromanos y los nazis coinciden en su odio hacia los judíos, a los que han tratado de eliminar de la Tierra con los progromos y los campos de exterminio.

   Me gusta repetir una consideración muy exacta escrita por Anatole France: “La Iglesia romana se queja de estar perseguida cuando no puede perseguir a los demás.” Así es. Ahora se ha reducido su poder, y ya no está en condiciones de ordenar cruzadas ni progromos ni hogueras inquisitoriales. Su desprestigio es tan inmenso que ninguna persona culta acepta en la actualidad su doctrina. Por eso el Vaticano sigue condenando la investigación científica y el desarrollo de las ciencias, puesto que su fuerza reside en el oscurantismo ignorante de las sociedades.

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