sábado, 6 de agosto de 2011

En defensa del laicismo. Sobre Iglesia y democracia en España

La agonía de Franco anuncia la inminente Transición, y en ella encontramos una Iglesia de la apertura y la reconciliación (la de monseñor Vicente Enrique y Tarancón) y una Iglesia que sigue anclada en la Cruzada (monseñor Marcelo González, monseñor Guerra Campos,...), que en ocasiones entran en abierto conflicto (“Tarancón al paredón”, solían vociferar los más energúmenos).
Muchos cristianos de base se integran en organizaciones progresistas (PCE, PSOE, CCOO, PT, ORT,...) y muchas parroquias se convierten en focos de incesante agitación obrera y democrática. Siendo imposible oponerse a la marea, la Iglesia decide nadar con ella y, de manera sincera en algunos casos y oportunista en bastantes otros, la jerarquía va dejando a un lado su histórica fidelidad al Régimen.
Y así consigue, de nuevo, posiciones de privilegio en la Constitución de 1978. En 1979 se establece el nuevo Concordato, ambiguo, confuso, inconstitucional, de nuevo beneficioso para la Iglesia y una pesada rémora para el Estado en asuntos como la enseñanza de la religión, los símbolos religiosos, la financiación de la Iglesia... Así fue que España pasó de ser una dictadura bendecida por los obispos a ser una democracia tutelada y restringida por ellos.

Desde entonces, la Iglesia no ha dejado de ser un pesado lastre para nuestro progreso social y la extensión de nuestros derechos de ciudadanía. Incluso ahora, con un nivel inédito de desafección social en nuestra historia (cada vez menos bodas y entierros religiosos, cada vez menos fieles en las iglesias, cada vez menos vocaciones en los seminarios...), sigue la Iglesia batallando por mantener sus prebendas y sabotear cualquier proyecto legislativo que ahonde en la aconfesionalidad del Estado y la autonomía intelectual y moral de los ciudadanos.

El último ejemplo de esta constante injerencia en los asuntos civiles han sido las improcedentes, inoportunas y mendaces declaraciones del papa Benedicto XVI, durante su reciente visita a Santiago y Barcelona, sobre el supuesto “laicismo galopante” en España, similar según Ratzinger al de nuestra II República... ¡Más quisiéramos algunos! Inexplicablemente, la Iglesia ha vuelto a disponer en esta ocasión de cuantiosas ayudas económicas de las instituciones públicas (o sea, del dinero de todos nosotros) para subvencionar su labor pastoral y, de paso, leernos el catecismo a los ateos, agnósticos y cristianos progresistas españoles por nuestros pecados, mientras su jerarquía sigue instalada en sus riquezas, alejada de la humildad del Evangelio, sin pedir perdón ni mostrar arrepentimiento o autocrítica alguna por sus barbaridades históricas y sus terribles atentados contra la libertad. Y para mayor escarnio, el rey Juan Carlos agradece la vista papal y la considera “un acto de generosidad”, ¡manda trillos la cosa! ¿Generosidad para con quien? ¿Para con los parados? ¿Para con los pensionistas? ¿Para con los dependientes? ¿Para con los inmigrantes? ¡Ya está bien!

Hace 35 años que este país se libró del dictador genocida que tiñó de opresión y dolor la vida de varias generaciones de españoles. Nuestra democracia está más que madura para dejar atrás tabúes, cortapisas y chantajes. Ya va siendo hora de consumar una efectiva separación Iglesia-Estado que nos libere de la tutela teocrática que ha ensombrecido la historia de España desde hace ya demasiado tiempo. Hacen falta ya la denuncia del Concordato y una Ley de Libertad Religiosa respetuosa de las creencias de todos, pero severa en su defensa de un Estado plena y consecuentemente aconfesional. ¿Tendremos que esperar aún mucho más para ver cumplidas estas legítimas y mesuradas aspiraciones cívicas?

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