lunes, 8 de noviembre de 2010

Queremos la República





El caso es que, sea por lo que sea, me atrae mucho la idea de una segunda oportunidad. Me consterna pensar que aquella España re­publicana, aunque yo no la viví porque todavía no había nacido, no pueda volver jamás.

De todos es sabido que, en cualquier clase de contienda, los ganadores de buena condición dan la revancha al derrotado. Si los nietos de aquellos rebeldes fueran de ese mimbre, nos la darían. Pero setenta años después de la guerra civil, los des­cendientes de los sublevados no hacen más que dar pruebas de que siguen tensos y amena­zadores como sus abuelos.


Es cierto que la guerra (el "deporte de los reyes", la llamaron) es horrorosa, pero puesto que las guerras son inevitables y así se viene demostrando día tras día, podemos encontrarle sus ventajas. Y la principal es que es el más eficaz depurativo de la hybris, del exceso, de los horrores y abusos más o menos solapados que se cometen al amparo de la paz que los encubre. E hybris, desmesura, arrogancia, soberbia, maldad y cretinez es lo que se aloja en el alma y la con­ciencia de ellos, de los ricachones, de los acomodados, de los patri­cios y de los políticos que los arropan a todos ellos que no han hecho otra cosa en su vida que no sea maquinar y conspirar. Ahí te­nemos al hombrecillo despreciable estos días en Melilla, maestro del juego sucio y demonio agita­dor en cada coyuntura...
 
Es preciso doblegarlos. A ellos, a los de siempre… Esta sociedad necesita una limpieza a fondo de opulentos, de manipuladores, de prepotentes y de bravucones. Y sabemos donde están, donde se esconden, donde militan. Lo sabemos, porque no pierden ocasión de recordarnos que ellos son los jefes, los que mandan, los que de­ciden; que ellos son capaces de todo para mantener sus privi­legios.
 
Por eso no me duelen prendas admitir, sin vergüenza ni miedo, que si quieren la guerra, bienvenida sea. Pero no duden de que en esta oportunidad les venceremos. Venceremos… y restableceremos el orden republicano que ellos hicieron añicos causando el considera­ble retraso moral que padece este país.
 
Estoy ansioso por volver a esa España que no hemos visto ni vi­vido pero ha existido. Estoy impaciente por vivir la dulce presión de esa España que no obstante existe, esa España discreta que no si­gue el juego democrático a los que se perpe­túan, y por eso no vota; esa España retirada que desprecia las afrentas y bravatas de esos otros españoles patibularios, due­ños y señores de la paz infecta.



El crisol

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