El caso es que, sea por lo que sea, me atrae mucho la idea de una segunda oportunidad. Me consterna pensar que aquella España republicana, aunque yo no la viví porque todavía no había nacido, no pueda volver jamás.
De todos es sabido que, en cualquier clase de contienda, los ganadores de buena condición dan la revancha al derrotado. Si los nietos de aquellos rebeldes fueran de ese mimbre, nos la darían. Pero setenta años después de la guerra civil, los descendientes de los sublevados no hacen más que dar pruebas de que siguen tensos y amenazadores como sus abuelos.
Es cierto que la guerra (el "deporte de los reyes", la llamaron) es horrorosa, pero puesto que las guerras son inevitables y así se viene demostrando día tras día, podemos encontrarle sus ventajas. Y la principal es que es el más eficaz depurativo de la hybris, del exceso, de los horrores y abusos más o menos solapados que se cometen al amparo de la paz que los encubre. E hybris, desmesura, arrogancia, soberbia, maldad y cretinez es lo que se aloja en el alma y la conciencia de ellos, de los ricachones, de los acomodados, de los patricios y de los políticos que los arropan a todos ellos que no han hecho otra cosa en su vida que no sea maquinar y conspirar. Ahí tenemos al hombrecillo despreciable estos días en Melilla, maestro del juego sucio y demonio agitador en cada coyuntura...
Es preciso doblegarlos. A ellos, a los de siempre… Esta sociedad necesita una limpieza a fondo de opulentos, de manipuladores, de prepotentes y de bravucones. Y sabemos donde están, donde se esconden, donde militan. Lo sabemos, porque no pierden ocasión de recordarnos que ellos son los jefes, los que mandan, los que deciden; que ellos son capaces de todo para mantener sus privilegios.
Por eso no me duelen prendas admitir, sin vergüenza ni miedo, que si quieren la guerra, bienvenida sea. Pero no duden de que en esta oportunidad les venceremos. Venceremos… y restableceremos el orden republicano que ellos hicieron añicos causando el considerable retraso moral que padece este país.
Estoy ansioso por volver a esa España que no hemos visto ni vivido pero ha existido. Estoy impaciente por vivir la dulce presión de esa España que no obstante existe, esa España discreta que no sigue el juego democrático a los que se perpetúan, y por eso no vota; esa España retirada que desprecia las afrentas y bravatas de esos otros españoles patibularios, dueños y señores de la paz infecta.
El crisol
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