Está muy atribulado el antiguamente joven nazi Joseph Ratzinger y actual papa de la Iglesia romana con el apodo de Benedicto XVI. Así lo declaró en la audiencia general concedida a sus secuaces. Le causa honda pena que en Pakistán no se conceda plena libertad a los cristianos, y la ha reclamado exigentemente. Es cierto que repugna a la conciencia de cualquier persona civilizada saber que se ha condenado a muerte a Asia Bibi por ser cristiana, en ese país de religión musulmana, con solamente un tres por ciento de cristianos de varias confesiones. Pero no es menos cierto que el obispo de Roma no puede pedir libertades, cuando la secta que dirige con poderes dictatoriales ha negado a lo largo de su historia todas las libertades, condenando a muerte a quienes disentían de sus dogmas. Ratzinger debiera sentir vergüenza por regir a la secta más criminal de la historia de la humanidad, y no atreverse a reclamar a ningún Estado lo que sistemáticamente negaron sus predecesores. Es lógico que los musulmanes detesten a los cristianos, organizadores de las cruzadas para exterminarlos. Sin duda es una barbaridad matar a una muchacha por ser cristiana, pero los musulmanes se limitan a imitar lo que les hizo la Iglesia romana a ellos por seguir otra creencia religiosa.
La doctrina secular de la Iglesia catolicorromana defiende el poder absoluto del obispo de Roma, considerado el vicario de Cristo en la Tierra. Opina que su religión es la única verdadera, y en consecuencia predica la abolición de todas las demás. Ni siquiera tolera la discrepancia de los cristianos que no aceptan sus dogmas, al encontrarlos en desacuerdo con la predicación de Cristo. La historia de la Iglesia romana es una sucesión de crímenes cometidos con la intención de matar al cuerpo para salvar el alma, tomando a Dios como disculpa de sus aberraciones.
Ratzinger leyó su declaración, porque los curiales no le permiten improvisar los discursos, dadas las habituales meteduras de pata que ha sufrido. Fue indignante escucharle decir: “Rezo por cuantos se encuentran en situaciones análogas, para que también su dignidad humana y sus derechos fundamentales sean plenamente respetados.” Los sicarios de
Me gusta repetir una consideración muy exacta escrita por Anatole France: “
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